Niebla







Quiero convertirme en silencio.
Hacerme callar.
No enfrentarme.
No alterar.

La de fracturas que tapa una sonrisa...
Fuiste niebla. Niebla espesa que cubre cada rincón pero no toca. No pesa. No interfiere. A estas alturas, a veces, me gustaría saber cuántas tormentas se han formado entre tú y yo. Es como un virus. El pasado. Las cosas pendientes. Y como virus tiene que salir por algún lado. Tiene que doler. Tiene que escocer. Tiene que quemar. Por eso te escribo. Cuando no puedo meter la melancolía en mis fotografías. O dejarte escapar tras las pinceladas de mi brocha. Cuando no puedo definirte. Te escribo.

Me tienes que disculpar, no sé escribir sobre el presente que me acuna en algodón. Quiero hablar de lo que me pesa. De lo que duele. Dolía. Del ayer. Porque el ayer guarda lo que somos y lo que dejamos de ser. Y dejamos de ser por alguna razón. Y eso merece también su lugar. 

Los miedos te hacen pequeño. Te encorvan la espalda dejándo su peso infinito sobre tus hombros. Y tu te dejas doblar. No me dejaste opciones. Nunca te lo dije. Pero no me diste la oportunidad. Y yo me quedé esperando, paciente, a que tus miedos se decidieran. Me fumé las esperanzas en el tiempo que tarda el sol de otoño en ponerse nervioso cuando ve la nieve que quiere caer. Pero el sol no se puso. Y la nieve no cayó. O quizá simplemente, yo no lo ví. Quizá me marché demasiado rápido. Y tu. Tu te quedaste a oscuras y tiritando de la mano de tus miedos con la primera nieve sobre tus hombros. Es así. Es una mentira. Tu ves más la carne y el hueso. Pero es sobre todo agua. Por eso me ahoago fácilmente. De la misma forma que ves cómo me acaricio las manos al hablar. No es frío. Es que estoy conteniéndome las ganas. Los abrazos que quieren salir. Que se me caen de los bolsillos. Son nervios. 


Está mal que te siga escribiendo?

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